lunes, 21 de enero de 2019

Explorador

Sabemos cuánto nos queda por descubrir del mundo en el momento en el que encontramos un universo nuevo en el cuerpo de otro, luego de que el fuego carcomió mucho tiempo las venas y la espera hizo de lo suyo con el calor, el beso que alejó toda furia parece ser la primera gota de una larga sequía y ahí descubrimos que a veces no es tan malo esperar por algo bueno.
Sólo los astros saben cuánto desee tus brazos, aquellos que me abrazaron con una facilidad mágica como si todo hubiera estado previamente ensayado incluso hasta las sábanas de tu somier, y si más bien las manos no nos alcanzaban para tocarnos fueron las risas cómplices de lo prohibido lo que más nos invadió a ambos, que seguramente aquello estaba mal y que eso iba a retornar un círculo vicioso donde dejar de probarte podría ser tortura, que habría que ocultarlo como si fuera el secreto más confidencial del Vaticano, aquel que dice que Dios no existe aunque se pueda sentir en una cama desordenada. Los besos lentos son más que simples bocas tocándose, tienen historia en cada movimiento, y más cuando no son desconocidas.

Está mal, dejar tu cama a las cinco de la mañana como si nada está mal, dejar que te quedes debajo de la luz roja de mis paredes está mal, pero aquello es tan prohibido que encandila y si tenemos que pisar infiernos por un ratito de ardor estamos dispuestos, y si tenemos que besarnos hasta cansarnos lo haremos pero nunca dejaremos de descubrir universos nuevos aunque tengamos estadía completa y de por vida en el de nosotros, porque si la vida no se hizo para ser explorador…¿Para qué se hizo?

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